A orillas del Pilcomayo
Breve historia del Pilcomayo paraguayo, de Pozo Hondo a Mistolar
Elaborada por Yann le Polain a partir de entrevistas con residentes de la zona y documentos históricos. Yann le Polain es profesor de geografía en la universidad McGill en Montreal, Canadá.
Ésta es una versión traducida y adaptada de un artículo llamado “Frontier constellations: a history of land-use regimes in Paraguay’s Pilcomayo River basin” (Constelaciones fronterizas: historia de los regímenes de uso de la tierra en la cuenca paraguaya del río Pilcomayo), publicado por Yann le Polain en la revista científica Geographical Review en 2024. El artículo se basa en entrevistas con pobladores indígenas y criollos de la zona, así como en los escritos de autores que visitaron la zona en distintos momentos del siglo 20. La versión original del artículo se puede consultar aquí.
Agradezco a los líderes de las comunidades Nivaclé, Manjui y Guaraní de San Agustín, Tomás Diego, Silverio García y Vicente Román, por permitirme realizar esta investigación en la comunidad; a Rómulo Palomo, por su valiosa ayuda en el campo; a Félix Peralta y al Pa’i Fabio Martínez Servín por el apoyo logístico en San Agustín; y a todos los demás que me confiaron sus historias. También quiero agradecer a Verena Friesen la revisión de este trabajo.
Yann le Polain
El Pilcomayo a principios del Siglo 20
La zona del río Pilcomayo funcionó durante mucho tiempo como refugio para los Indígenas afectados por las crecientes presiones del mundo colonial, un lugar donde, hasta finales del siglo 19, diversos grupos indígenas consiguieron mantener una relativa independencia socio-económica y política. A principios del siglo 20, tras el establecimiento de la frontera nacional entre Paraguay y Argentina a lo largo del río Pilcomayo a finales del siglo anterior (en 1878), las tribus que anteriormente habían ocupado ambos lados del río empezaron a dividirse entre la orilla derecha y la izquierda. Mientras tanto, las incursiones militares de Argentina empujaron a cada vez más indígenas a huir hacia el Norte, intensificando los conflictos locales. En aquel momento, la orilla izquierda del Pilcomayo en la zona entre Mistolar y Pozo Hondo estaba poblada principalmente por dos grupos indígenas: los Nivaclé y los Manjui. Los Manjui ocupaban la parte Noroeste del área, cerca de lo que hoy es la frontera Bolivia-Paraguay, mientras que los Nivaclé poblaban la margen izquierda del río Pilcomayo aguas abajo de los Manjui, desde lo que más tarde pasaría a ser el fuerte militar de Guachalla hacia el Sureste. Ambos grupos comprendían comunidades ribereñas e interiores, estas últimas siendo más permanentes que las primeras, que se desplazaban con frecuencia según los cambios en el cauce del río y en la disponibilidad de recursos naturales.
Los medios de subsistencia de los Manjui y los Nivaclé en ese entonces se centraban en una combinación de pesca, cultivos, caza, recolección, ganadería y migración laboral. La temporada de pesca, una época de abundancia, sólo duraba de abril a principios de junio, por lo que la gente dependía de otras fuentes de alimentos durante el resto del año. Los Manjui y los Nivaclé cultivaban múltiples variedades de maíz y porotos, así como mandioca y calabaza, en parcelas dispersas por el paisaje, a menudo lejos unas de otras, aunque algunos de los primeros observadores que visitaron la región desde afuera también señalaron grandes plantaciones de maíz a lo largo del río entre los Nivaclé. Los Nivaclé también cultivaban sandía, calabaza, tabaco y algodón, y los Manjui batatas, dicen estos observadores. Además, recolectaban alimentos del monte durante todo el año, como los frutos del algarrobo, el chañar, la tusca, la tuna y el tasi, así como la miel silvestre. Las comunidades forestales dependían en gran medida de la caza, que era menos común en las comunidades fluviales. También se podía encontrar bastante ganado (ovejas, cabras, vacas, gallinas y caballos) en ambos grupos, pero especialmente entre los Nivaclé. Además, a finales del siglo 19, los hombres de estas comunidades habían empeza-do a trabajar estacionalmente en los ingenios azucareros de Salta y Jujuy en Argentina para poder adquirir bienes de consumo y ganado.
La propiedad de la tierra y de los recursos era mayorita-riamente comunitaria, y sólo algunos recursos pertenecían a las familias. Por ejemplo, el producto de la pesca se compartía con la comunidad, y aunque el ganado se marcaba y era propiedad de familias individuales, su carne se compartía en la comunidad. La tierra, según el antropólogo Erland Norden-skiöld, que visitó a la zona en 1908, no tenía propietarios formales, pero una vez que una familia cultivaba una parcela, ésta se reconocía como suya. Sin embargo, las comunidades parecían reco-nocer los límites de los territorios de otras comuni-dades. Nordenskiöld informó en 1912, por ejemplo, de que "[l]os árboles frutales no pertenecen a nadie; a pesar de ello, los indios no entran en el territorio de otras tribus para recoger sus frutos". En términos de tenencia formal de la tierra, si bien la mayor parte del Chaco paraguayo fue subdividida en lotes después de la Guerra de la Triple Alianza en 1870, los mapas catastrales de principios del siglo 20th indican que el Alto Pilcomayo permaneció sin adjudicar hasta la Guerra del Chaco.
Ante la ausencia del Estado paraguayo en el Pilcomayo, el ejército boliviano comenzó a establecer fortines en la margen izquierda, desta-cándose los de Guachalla y Ballivián en 1905, buscando alcanzar eventualmente el río Paraguay. Estas incursiones militares fueron acompaña-das por el establecimiento de algunos colonos bolivianos, algunos de ellos militares que se quedaron después de su servicio. Juntos, estos colonos acumularon rebaños lo suficientemente grandes como para que los fuertes militares se convirtieran en importantes centros ganade-ros. Los jefes Nivaclé se resistieron en un principio a las incursiones bolivianas. Según Nordenskiöld, los bolivianos compraron su buena voluntad con regalos de ropa y provisiones, y a partir de 1908-9, las relaciones entre el gobernador boliviano y las tribus indígenas locales eran amistosas. Aun así, las historias orales hablan de violentos enfrentamientos con los estancieros bolivianos y de un profundo temor al ejército boliviano.
Mientras los bolivianos avanzaban hacia el Sur y el Este, al otro lado del Pilcomayo, el gobierno argentino había sancionado la creación de una nueva colonia criolla destinada a aliviar la presión de las tierras degradadas de la colonia de Rivadavia en la provincia de Salta y a establecer una presencia civil en tierras indígenas en los márgenes de la federación argentina como alternativa a la conquista militar. La colonia Buena-ventura, establecida en 1902 en tierra indígena Wichí, tuvo rápidamente mucho éxito. De una población original de 50 personas con 3.000 cabezas de ganado, en 1906 ya había alcanzado los 2.007 habi-tantes, con más de 72.500 cabezas de ganado vacuno, 14.500 caballos, asnos y mulas, y 34.000 cabras y ovejas. Este rápido crecimiento provocó la degradación de las tierras, lo que a su vez empujó a los Criollos río abajo a atravesar el río Pilcomayo hacia el territorio controlado por Bolivia, con la autorización del ejército boliviano. Los pobladores Criollos aplicaban un modelo de uso de la tierra muy diferente al de los indígenas y sus incursiones en territorio indígena inicial-mente no fueron bien recibidas. Los Manjui y los Nivaclé resentían la presencia de los recién llegados, cuyo ganado les obligaba a cultivar sus parcelas más lejos del río, y con frecuencia asaltaban las viviendas de los pobladores para robar ganado o maíz.
En 1932, a medida que el ejército boliviano continuaba su avance hacia el río Paraguay, la tensión que había ido creciendo entre Paraguay y Bolivia por el control del Chaco llegó a un punto de ebullición, y estalló la Guerra del Chaco. En noviembre de 1934, los fuertes de Ballivián y Guachalla habían caído en manos del ejército paraguayo. Numerosos hombres Manjui y Nivaclé fueron reclutados y armados por ambos ejércitos, en su mayoría para ser utilizados como guías. Varios grupos quedaron atrapados entre los dos ejércitos, y muchos otros huyeron, ya fuera a Argentina o a lo más profundo del monte. Lo mismo hicieron los primeros pobladores Criollos, que habían ocupado la zona bajo la protección del ejército boliviano y a quienes el ejército paraguayo veía como aliados de Bolivia. Algunos Nivaclé también se refugiaron en la Misión Católica de San José de Esteros, río abajo de Ballivián. Trágicamente, a las bajas de guerra entre los Manjui y Nivaclé se sumó una epidemia de viruela en 1932 y 1933, que diezmó su población. El antropólogo francés Alfred Métraux estimó en 1946 que la población Nivaclé después de la guerra era un tercio de lo que había sido en la década de 1900.
Reasentamientos indígenas tras la Guerra del Chaco
La despoblación del Alto Pilcomayo como resultado de la Guerra del Chaco abrió el camino para el reasenta-miento en esta zona de un nuevo grupo indígena por parte de los militares paraguayos: los Guaraní Occidentales, un grupo que había vivido varios siglos en las estribaciones andinas y del cual se dice que podría haber sido el producto de una fusión de un grupo de Guaraníes que habían venido del Este en los siglos 15 y 16, y de los Chané, que habían estado ahí antes, aunque algunos autores dudan de esta interpretación. Durante su expansión hacia los Andes en la guerra, el ejército paraguayo entró en contacto con las comunidades Guaraníes de la misión franciscana de Macharetí y sus alrededores. Los Guaraníes, que recientemente habían sido sometidos por las autoridades bolivianas y hablaban un Guaraní muy parecido al Guaraní paraguayo de los militares, se pusieron rápidamente del lado de los paraguayos y les ayudaron a atravesar el terreno desconocido del piedemonte de los Andes. Esto les puso en una posición difícil una vez que Paraguay y Bolivia firmaron la tregua de 1938 devolviendo sus territorios a Bolivia. El gobierno paraguayo, interesa-do en poblar el Chaco con pobladores de habla Guaraní, hizo arreglos para reubicarlos, así como a otros Guaraníes de la zona de Izozo, en el río Parapití, en diferentes partes del Chaco paraguayo, y finalmente ofreció a varios de ellos tierras en la zona de Fortín Guachalla, rebautizada Pedro P. Peña, donde se establecieron en 1939.
Poco después, los Guaraníes solicitaron la formación de una misión católica y enviaron un emisario a Asunción para exponer su caso a los Oblatos de María Inmaculada. Dos sacerdotes alemanes fueron enviados desde la misión de San José de los Esteros para establecer una nueva misión en 1941. Los Guaraníes se asentaron en pequeñas aldeas de unas pocas familias a lo largo del río, a intervalos regulares de la misión. Procedentes de una tradición agrícola sedentaria, adopta-ron una agricultura de llanura aluvial a lo largo de las orillas del Pilcomayo y cultivaron maíz, calabaza y otros productos en las playas del río, aprovechando la humedad y los sedimentos dejados por el río tras la retirada del agua después de la estación húmeda. Esta transición no fue fácil y, al principio, los Guaraníes tuvieron problemas para entender su nuevo ambiente, sobre todo la imprevisibilidad del río Pilcomayo. Como conse-cuencia, muchos se fueron de la zona, la mayoría para trabajar en los ingenios azucareros de Salta, Jujuy y Tucumán, en Argentina, donde muchos Guaraníes bolivianos ya llevaban algún tiempo trabajando, y en 1945 la población de esta nueva "colonia" Guaraní había bajado de cerca de 4.000 habitantes a unos 500.
La presencia de una misión católica en Pedro P. Peña llegó a ser un factor importante en la organización territorial de la zona. Los sacerdotes establecieron una escuela con campos de cultivo y un hato ganadero destinado a sostener tanto la escuela como la misión. Establecieron parcelas comunitarias cercana de la misión, organizaron la mano de obra indígena en torno a ellas y contrataron remonteros para cuidar el ganado, originalmente ani-males prestados por los Criollos cercanos. En 1968, los líderes de la comunidad indígena, con la ayuda de los misioneros, iniciaron un proceso que conduciría a la obtención de un título de propiedad para aproximadamente 24,000 hectáreas en 1988. El título, originalmente en manos del vicariato, ha sido transferido a la comunidad y especifica las zonas asignadas a los Guaraníes, pero también a los Nivaclé y los Manjui, muchos de los cuales en la década de 1970 se habían asentado en los alrededores de la misión.
Ese proceso de asentamiento, de hecho, ya había comenzado en la década de 1950, cuando los Nivaclé y los Manjui empezaron a repoblar el territorio que habían evacuado durante la guerra. Algunos Nivaclé habían comenzado a regresar de Argentina y de los alrededores de la Misión de San José de Esteros río abajo después de la guerra y a merodear por la zona de Ballivián (hoy Mayor Gardel) y Pedro P. Peña. Mientras tanto, un grupo de Manjui que originalmente había vivido tierra adentro a lo largo de un brazo abandonado del Pilcomayo comenzó a moverse entre Pedro P. Peña, Mistolar, y el Chaco Central. En ambos casos, la disminución de la población debida a guerras y epidemias, que dejó a muchos grupos pequeños incapaces de continuar como bandas viables de cazadores-recolectores, y la invasión de Criollos argentinos y, hacia el Chaco Central, de estancias paraguayas, contribuyeron a empujarlos hacia comuni-dades más grandes. El deseo de acceder a servicios como la educación, que se concentra-ban cerca de la misión, y un sentimiento de seguridad asociado al papel de las misiones de los Oblatos en la protección de los Nivaclé en el pasado, también pueden haber favorecido la sedentarización. El proceso de sedentarización llevó más tiempo para los Manjui que para los Nivaclé, y algunas bandas Manjui seguían viviendo de forma nómada en el interior de Pedro P. Peña al menos hasta principios de la década de 1970.
Sin embargo, no todos se asentaron en comunidades ribereñas: a partir de la década de 1940, cuando la agricultura comenzó a desarrollarse en el área alrededor de las colonias menonitas de Filadelfia y Loma Plata en el Chaco Central, muchos Nivaclé en particular comenzaron a emigrar allí en busca de trabajo, en lugar de ir a Argentina como lo habían hecho antes. El área conocida como Mistolar, en 1972, sólo tenía 5 familias Nivaclé, y eventualmente ellos también se mudaron a las Colonias Menonitas. Sin embargo, la vida en estas colonias era muy diferente a la que habían conocido en el Pilcomayo, y en 1980, 120 familias, enfrentando limitaciones de tierra e insatisfacción por su nueva vida, decidieron colectivamente regresar a su territorio ancestral en la zona conocida hoy como Mistolar. Allí se enfrentaron a múltiples inundaciones que desani-maron a muchos, y aproximadamente la mitad de estas familias regresaron al Chaco Central. Los demás se quedaron y, tras trasladarse a tierras más altas, estable-cieron la actual comunidad de Mistolar a finales de la década de 1980. Desde el momento de su migración de vuelta al Pilcomayo, los Nivaclé se beneficiaron de un importante apoyo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocida informalmente como la Iglesia mormona, cuyos misioneros se habían puesto en contacto inicialmente con los líderes Nivaclé cuando planeaban el traslado. Hoy gran parte de la comunidad de Mistolar abraza la fe mormona. Aunque los Nivaclé consiguieron que 28.000 hectáreas de sus tierras quedaran protegidas por un decreto en 1988 (Decreto 19/88), en 2024 seguían luchando por conseguir un título formal, lo que hacía que su situación fuera más precaria que la de las comunidades asentadas alrededor de Pedro P. Peña, y los algunos inversores habían empezado a deforestar partes de su reclamación original de tierras.
La frontera criolla
Tras la guerra del Chaco, la expansión de los pobladores Criollos argentinos hacia el norte, que había comenzado en las primeras décadas del siglo, empezó de nuevo, de modo que la ganadería criolla se convirtió gradualmente en uso de la tierra dominante en gran parte del Alto Pilcomayo. Aquellas familias criollas que se habían retirado a la Argentina para escapar de la guerra, rápidamente comen-zaron a regresar por el río cuando ésta terminó, cruzando el cauce con sus animales durante la estación seca, cuando el agua estaba baja, con la esperanza de encontrar algunos de los animales y construcciones que habían dejado atrás. Otros fueron atraídos por los extensos y abiertos pastizales que entonces aún rodeaban el río Pilcomayo (pero que han desaparecido en su mayoría desde entonces), y que contrastaban con las tierras superpobladas y degradadas del lado argentino. También resultaba atractiva la presencia de ganado sagua’a o salvaje, descendiente de los animales abandonados por los bolivianos al retirarse y que habían proliferado desde entonces, y las grandes cantidades de armas, municiones y otros restos dejados por los militares en la guerra, y que podían venderse fácilmente en Argentina. En general, sin embargo, la gente recuerda que ellos, o sus padres, cruzaron a Paraguay porque "no había más lugar" en Argentina.
Los Criollos más antiguos recuerdan que pedían permiso a los militares de Pedro P. Peña para ocupar territorio paraguayo. Después de un tiempo, los militares también comenzaron a imponer un pastaje por animal y por año. En enero de 1946, unos siete años después de firmada la tregua de julio de 1938, un militar paraguayo destacado en Pedro P. Peña contabilizó 96 no indígenas que habían obtenido una autorización en ese sector, de los cuales 90 eran argentinos, y que poseían un total de 812 vacunos, 165 caballos y mulas, y 3.900 cabras y ovejas. Este sector representaba sólo una fracción del área del Alto Pilcomayo, y es probable que estas cifras hubieran sido mayores en el sector de Ballivián (rebautizado Mayor Gardel), que estaba justo enfrente del centro principal de la Colonia Buenaventura y ya había tenido aldeas criollas antes de la guerra.
El patrón de expansión de los Criollos seguía el ritmo del ciclo de vida de los hogares. Los puestos ganaderos agrupaban a una o varias familias y su ganado en torno a una aguada, ya fuera el río o una de las muchas lagunas efímeras formadas por cauces y depresiones en el paisaje chaqueño. Las familias recién formadas, cuando se quedaban sin espacio en los alrededores de los asentamientos de sus padres, buscaban un lugar con agua y menos gente más adentro del bosque para establecerse y criar a sus animales. Debido a la relativa escasez de buenos puntos de agua en el Chaco Seco, estos lugares eran frecuentemente los que habían sido utilizados como campamentos estacionales por grupos indígenas. También fueron a veces lugares de importancia durante la Guerra del Chaco, los sitios de puestos y fortines militares, que estaban conectados por una red de senderos dejados por el ejército boliviano.
El establecimiento de una familia criolla en el Alto Pilcomayo podía suceder de varias maneras. La familia joven podía tener ya algunos animales, tal vez del rebaño de sus padres en Argentina, y ser capaz de establecer directamente su nuevo hogar; algunos empezaban cuidando el ganado de otra persona en un sistema llamado al partir, en el que se quedaban con la mitad de las crías de los animales que cuidaban, lo que les permitía consolidar sus rebaños hasta tener suficiente ganado para valerse por sí mismos; o, los hombres a veces empezaban como empleados remunerados, por ejemplo como remonteros o troperos, y ahorraban para comprar animales. En todo caso, el objetivo era tener un rebaño que permitiera a la familia alcanzar un alto grado de autosuficiencia e independencia.
En el sistema de puestos ganaderos, la separación espacial, más que las barreras físicas cómo alambrados, era lo que permitía la división del ganado perteneciente a distintos propietarios. Los pobladores Criollos inicial-mente no se preocupaban mucho por la tenencia formal de la tierra y por tener límites fijos. Más bien, el acceso a la tierra se reclamaba y mantenía mediante el uso y la presencia, y se negociaba dinámicamente, dando lugar a territorios cambiantes cuyo tamaño reflejaba el creciente y decreciente poder económico de las familias pioneras. El resultado era un patrón espacial de pequeños asentamientos dispersos por el paisaje, que rara vez formaban verdaderas comuni-dades.
Mientras que los medios de vida de los Criollos se centraban en su gran mayoría en la ganadería, con una mezcla de ganado vacuno y menor, para el resto eran similares en algunos aspectos a los de los indígenas de la zona. Las familias que vivían cerca del río tenían pequeñas parcelas cultivadas en las playas del río, y las que vivían más al interior mantenían pequeñas parcelas de secano. También recolectaban y comían los mismos frutos del bosque que los Nivaclé y los Manjui. La gente recuerda que los comerciantes de Pedro P. Peña y La Dorada compraban "de todo": pieles de yaguareté, puma, zorro, boa, caimán, etc., aunque en la década de 1980 los precios de las pieles habían bajado drásticamente. Por último, durante varios años tras el final de la Guerra del Chaco, la gente recorría el paisaje en busca de restos de munición, armas o cualquier otro objeto metálico abandonado por las partes beligerantes, para venderlos en Argentina. El contrabando transfronterizo se extendió también a otros productos, en su mayoría procedentes de Bolivia: caucho en la década de 1940, y más tarde hojas de coca, gasolina, y otros productos.
Aunque históricamente había sido poblada por los Manjui y Nivaclé, la despoblación y los desplazamientos masivos causados por la guerra y las epidemias de la década de 1930 pueden haber limitado la oposición indígena a la que se enfrentaron los pobladores Criollos en su expansión de posguerra. Aun así, existen múltiples relatos de conflictos entre Criollos e Indígenas, especialmente en los primeros tiempos del asentamiento, y la expansión criolla muy probablemente contribuyó al desplazamiento y la sedentarización de los indígenas de la zona. Sin embargo, no se puede reducir la relación entre los Criollos y sus vecinos Indígenas a un mero conflicto y proceso de desplazamiento. Las historias orales revelan, por ejemplo, que algunas familias criollas pagaban pastaje a sus vecinos indígenas por el derecho a usar la tierra. Mientras los Criollos contrataban con frecuencia a indígenas como mano de obra, por ejemplo para talar bosques o cosechar campos, los Guaraníes también cuidaban ganado al partir con Criollos para aumentar sus propios rebaños. Y con el tiempo, los matrimonios mixtos se han hecho frecuentes, particular-mente entre Criollos y Guaraníes.
El Alto Pilcomayo, como ya se ha mencionado, había escapado a la privatización masiva de las tierras del Chaco tras la Guerra de la Triple Alianza. La creación del Instituto del Bienestar Rural (IBR) en 1963 ofreció a los pobladores una vía para conseguir títulos de propiedad en estas tierras públicas restantes. Para facilitar este proceso, el IBR estableció una oficina temporal en Pozo Hondo en 1982. Sin embargo, muy pocas personas acabaron con un título en sus manos.
Quienes recuerdan aquella época dicen que esto se debió a una combinación de factores. En primer lugar, la titulación de la tierra era costosa: los pobladores tenían que medir y alambrar el perímetro del terreno que reclamaban y, además, comprar la tierra al gobierno. Aunque el precio, en retrospectiva, parece muy bajo hoy en día, era demasiado alto para muchos en ese entonces. En segundo lugar, mantener la propiedad exigía no sólo hacer mensuras, alambrar y comprar la tierra, sino también seguir pagando impuestos sobre la tierra, algo que varias personas afirman no haber hecho. En tercer lugar, muchos simplemente no podían imaginar, en aquella época, que alguna vez habría necesidad de poseer un título de propiedad de la tierra. La idea de la tierra como un recurso abundante y abierto estaba profundamente arraigada en la cultura criolla, y nadie preveía el tipo de desmontes masivos que se producirían en la década de 2000. Por último, mucha gente desconfiaba fundamen-talmente de los funcionarios del gobierno y creía que estaban inflando los costos de la titulación de tierras para su beneficio.
En consecuencia, los pobladores Criollos siguieron ocupando tierras en su inmensa mayoría sin títulos de propiedad formales. Sin embargo, mientras tanto, el gobierno de Stroessner regalaba generosamente parcelas de tierra pública como favores a los amigos del régimen. Los mapas de propietarios registrados en el INDERT, la posterior encarnación del IBR, aún muestran nombres asociados a la dictadura que figuran en la lista de tierras malhabidas de la Comisión de Verdad y Justicia de Paraguay. Esta reasignación de tierras, combinada con la cuasi ausencia de titulación por parte de los pobladores Criollos, provocó una marcada desconexión entre la tenencia formal de la tierra y la realidad de la ocupación de la tierra que resultaría problemática para los Criollos.
La frontera ganadera
A principios de la década de 1970, aprovechando la mayor accesibilidad que ofrecían las picadas realizadas por las empresas de prospección petrolera, un par de inversores instalaron grandes estancias ganaderas en el Alto Pilcomayo. El primero era un escribano de Asunción, y el segundo un hombre conocido por su cercanía al dictador Alfredo Stroessner y cuyo hijo establecería poco después otra gran estancia en la zona. El padre y el hijo establecieron puestos comerciales con pistas de aterrizaje que se convirtieron en los principales puntos de venta de pieles y ganado de la zona, así como en proveedores cruciales de diversas mercancías para los lugareños, y en una plataforma para el contrabando. Esto, así como su conexión con la dictadura, dio a estos hombres un gran poder en la zona. Uno de los efectos de ese poder fue que los Criollos que habían vivido durante décadas alrededor de aguadas que se quedaron encerradas en estas propiedades no tuvieron más remedio que reubicarse fuera de los límites de estas estancias, lo cual, aunque algunos lo resentían, seguía siendo posible en aquella época porque la tierra seguía siendo abundante.
De hecho, las propiedades de estos hombres, que en conjunto sumaban varias decenas de miles de hectáreas, tenían una característica que aún no se había visto en esta zona: límites claros marcados por desmontes y alambrados, así como variedades exóticas de pasturas plantadas en tierras deforestadas. Aunque su objetivo no era sólo ni principalmente la producción de carne de vacuno, introdujeron un modelo de privatización de la tierra que hizo de ellos los precursores de la ganadería a gran escala que más tarde llegaría a dominar la región.
Aunque en las décadas siguientes se establecieron un par más de estancias de este tipo en la zona, fue en la década de 2000, cuando la pujante frontera ganadera que había despegado en el resto del Chaco paraguayo empezó a llegar al Pilcomayo, que las tierras que habían estado en manos de terratenientes de forma especulativa empezaron a cambiar de manos con mayor rapidez. De repente, en el Alto Pilcomayo empezaron a aparecer nuevos inversores con la intención de desmontar la tierra para la ganadería. La lógica de esta nueva frontera era la acumulación de capital a través de la producción de carne vacuna, principalmente para los mercados de exportación, combinada con la especulación de la tierra.
Los propietarios de estas haciendas, la mayoría de las cuales oscilaban entre 5.000 y 15.000 hectáreas, no tenían necesariamente vínculos con la agricultura, y para muchos, el principal interés era la revalorización de la tierra que conlleva su transformación de bosque a pastos y, en ocasiones, a tierras de cultivo. Entre los principales terratenientes de la zona, además de un par de grandes empresas agroindustriales nacionales, se encontraban: un ex presidente paraguayo; un par de ex ministros; varios empresarios paraguayos, incluidos los directores generales de importantes empresas de construcción y obras públicas; un financiero y blanqueador de dinero brasileño de alto perfil; un grupo de inversores franceses; el gobernador de una provincia del este de Paraguay; el director general de la representación paraguaya del fabricante de automóviles Toyota; el propietario de un concesionario de automóviles menonita y un destacado político local; y varios consorcios de inversores uruguayos.
Este nuevo régimen de uso de la tierra se basaba en la producción de un paisaje simplificado que consistía en parcelas geométricas en las que se talaba el bosque y se lo reemplazaba por pasturas exóticas como el Gatton panic, separadas por delgadas cortinas de bosque, y con una reserva forestal, una porción de tierra del 25% que los propietarios debían mantener bajo bosque, generalmente ubicada en las tierras más marginales.
Estas estancias eran atendidos por un número mínimo de personal, generalmente del este de Paraguay, bajo la dirección de administradores de Filadelfia, Asunción o del extranjero. Los estancieros cavaban pozos profundos para acceder al acuífero Yrendá, una gran reserva de agua subterránea que abarca gran parte del extremo occidental del Chaco paraguayo, y que proporcionaba agua para su ganado. El sistema ganadero de larga escala exhibió, por lo tanto, un grado de homogeneidad y simplificación del paisaje no visto antes, imponiendo al complejo paisaje del Alto Pilcomayo una cuadrícula semirregular que contrastaba con las territorialidades fluidas de las épocas anteriores.
El establecimiento de estas estancias se hizo a costo de la sustitución del sistema ganadero a campo abierto de los Criollos, ya sea a través de su eliminación total o, como mínimo, a través de su desplazamiento y su confinamiento. Esto ocurrió de varias maneras. Dado que los ocupantes a largo plazo de tierras públicas tenían derecho a esas tierras según la legislación paraguaya y que muchos Criollos podían demostrar en teoría que habían ocupado las tierras antes de que fueran asignadas a inversores externos, los supuestos terratenientes muchas veces negociaban con los pobladores Criollos para comprarles su posesión, generalmente a bajo precio. Los Criollos a veces se negaban o acudían a los tribunales para defender su derecho a la tierra, pero este proceso era caro, los abogados a veces corruptos, e incluso si ganaban una primera vez, cuando aparecían otros terratenientes más tarde, muchos acababan cediendo.
Algunos terratenientes permitieron que las familias permanecieran en sus tierras, o utilizaran una parte de ellas, muchas veces su reserva forestal, aunque se supone que sólo debe usarse para la conservación. Muchos, sin embargo, optaron por intimidar a las familias criollas para que se vayan o por desalojarlas directamente. Abundan las historias de amenazas de violencia, matanza de animales intrusos y destrucción de bienes, y aunque hubo algunos intentos de resistencia, fueron escasos y, dada la enorme diferencia de poder, lograron relativamente poco.
Como resultado, las familias criollas, en general, quedaron relegadas a los márgenes de la frontera ganadera, cuando no abandonaron la zona por completo, trasladándose a Argentina o a los pueblos del Chaco Central. Los que se quedaron empezaron a alambrar sus tierras y a solicitar títulos de propiedad al gobierno con la esperanza de disuadir a los inversores externos, a veces con éxito, pero más frecuentemente no. Esto supuso la transición de un sistema de ganadería extensiva bajo monte sin límites formales a otro basado en rígidos límites fijos de propiedad y extensiones de tierra mucho más pequeñas, lo que hizo necesarias inversiones en intensificación, llevando a algunos a desmontar y a plantar pastos en parte de sus tierras.
Los indígenas de comuni-dades sin títulos de propiedad, como Mistolar, se enfrentaban a problemas similares, pero en las que, como San Agustín, habían conseguido un título de propiedad, los problemas de espacio eran menos destacados o provenían más bien del crecimiento de la población, aunque un aparente intento, en 2022, por parte de inversores privados de acaparar tierras en el territorio de San Agustín demostró que ni siquiera en esta comunidad la seguridad en la tenencia de la tierra podía darse por sentada.
Mientras que los pobladores conocían personalmente a los propietarios de las primeras estancias establecidas en la década de 1970, en las décadas de 2000 y 2010 era cada vez más común que no tuvieran idea de quiénes eran los propietarios de las tierras en las que estaban asentados o junto a ellas; en muchos casos, a lo mejor conocían a los administradores de las estancias y no sabían quiénes eran los propietarios. El hecho de que con frecuencia aparecieran varias personas al mismo tiempo afirmando ser los propietarios de un terreno determinado aumentaba la confusión.
Sin embargo, había algunas conexiones entre las nuevas estancias y sus vecinos Criollos e Indígenas. Muchos Indígenas y Criollos fueron contratados en el momento del desmonte para talar árboles, alambrar y producir carbón vegetal. Menos trabajaban en estas explotaciones una vez en funcionamiento. Los mejores puestos de trabajo por lo general estaban reservados para los empleados del este de Paraguay, los salarios eran bastante bajos para un trabajo duro, y no siempre se podía contar con que los empleadores pagaran. Aún así, los indígenas que necesitaban ingresos regular-mente trabajaban en estas propiedades (especialmente en algunas que practicaban la agricultura bajo riego, que requería mano de obra durante todo el año), aunque pocos Criollos lo hacían.
Entre los Criollos, los que eran capaces de mantener un buen rebaño y criar el tipo de vacas que querían las grandes estancias podían venderles sus terneros. En comparación con épocas anteriores, en las que había que llevar el ganado a pie a los puestos comerciales de Guachalla y La Dorada o al Chaco Central, esto para algunos suponía una mejora. En algunos casos en que las familias mantenían buenas relaciones con los ganaderos o sus administradores, también se beneficiaban de algunos favores, como el uso ocasional de máquinas. Algunos propietarios también autori-zaban a los pequeños propietarios a entrar en las fincas para recoger miel o leña, o incluso en un par de casos para dejar pastar a sus animales en algún rincón de su propiedad.
La agricultura bajo riego
Desde hace unos años, en el Alto Pilcomayo, se está expandiendo la agricultura bajo riego. La agricultura suele ser más rentable que la ganadería cuando es viable en el Chaco, y algunos inversores han intentado demostrar la viabilidad de la agricultura en el Chaco Seco de Paraguay desde la década de 2000. Estos intentos se concen-traron en las zonas más cercanas a las infra-estructuras, y la zona del Alto Pilcomayo hasta hace poco seguía siendo demasiado remota y seca para que la agricultura se afianzara. Sin embargo, las perspectivas para la agricultura en la zona empezaron a cambiar a finales de la década de 2010 y principios de la de 2020.
Viendo que cada vez más empresas conseguían extraer agua dulce del acuífero Yrendá para sus explotaciones ganaderas, algunos inversores decidieron aprovechar esa fuente de agua no regulada y crear infraestructuras de riego. En toda la región, el precio más alto de las tierras de cultivo da a los promotores inmobiliarios un fuerte incentivo para impulsar el cultivo incluso en zonas donde su valor económico es cuestionable, con la esperanza de encontrar compradores que crean en el potencial agrícola de la zona. Esa esperanza es reforzada por la perspectiva de la compleción de la vía bioceánica, que promete reducir considera-blemente los costos de transporte y el tiempo de viaje.
Aunque se encuentra en una fase muy temprana de desarrollo, la expansión de la agricultura bajo riego, si sigue, tendría implicaciones impor-tantes para el Alto Pilcomayo. A alguna gente le preocupa el uso de agroquímicos en los cultivos y su propagación a las comunidades cercanas, especialmente si los campos se fumigan con aviones. Las historias de comunidades fumigadas en el este de Paraguay se toman como un ejemplo de lo que podría pasar.
Aunque las tierras de cultivo proporcionan trabajo ocasio-nal y el aumento de la agricultura podría significar más empleo, este tipo de trabajo es duro y muchas veces explotador, con salarios por debajo o apenas por arriba del salario mínimo, por lo que difícilmente constituye una fuente de desarrollo.
Lo que quizá sea más prometedor es el hecho de que las comunidades criollas e indígenas también se están dotando progresivamente de pozos profundos que les permiten extraer agua subterránea, lo que altera fundamentalmente sus posibilidades de vida y sustento. Además de garantizar el suministro de agua potable, estos pozos ofrecen nuevas oportuni-dades para intensificar la ganadería y el riego a pequeña escala, lo que podría proporcionar a las comunidades con escasez de tierras, tanto indígenas como criollas, una forma de seguir viviendo de la tierra.